La gastada figura de Maki (Avelika) Ortiz se ha destacado por su capacidad para saltar de partido en partido, buscando oportunidades que la coloquen nuevamente en el centro del escenario. Sin embargo, este errático viaje político ha estado marcado por una serie de fracasos que han dejado a la sociedad observadora con una percepción desalentadora. A lo largo de tres años, Maki Ortiz ha transitado del PAN a Morena y ahora al PVEM, pero en cada intento, el éxito le ha sido esquivo, dejándola en la periferia de la política nacional e incluso local.
Su primer cambio de partido, abandonando el PAN, fue interpretado por muchos como un intento de buscar nuevas posiciones y oportunidades. Sin embargo, esta movida no fue suficiente para impulsar su carrera política. Su intento de ingreso a Morena, un partido que en aquel momento ganaba fuerza, no resultó ser la panacea esperada. En lugar de consolidarse como una figura destacada, Maki Ortiz quedó eclipsada por otras voces más resonantes dentro del partido.
El más reciente giro de su carrera la llevó al Partido Verde Ecologista de México (PVEM). No obstante, este cambio tampoco ha generado el impulso deseado. La sociedad la ve como una política errante, incapaz de encontrar un lugar sólido en la arena política. Este constante vaivén entre partidos ha dejado a Maki Ortiz en una posición desfavorable, siendo percibida como una figura sin arraigo ni éxito en ninguna de sus travesías partidistas.
Su trayectoria, más que un relato de éxitos, ha sido una serie de intentos fallidos que han mermado su credibilidad ante el electorado. La imagen de Maki Ortiz ahora está impregnada de un aire de tristeza política y una sensación de que la sociedad la ve como una figura apestada por la falta de logros contundentes en cualquiera de sus afiliaciones partidistas.
En el competitivo mundo de la política, saber cuándo rendirse es una habilidad valiosa. Maki Ortiz, hasta ahora, ha demostrado lo contrario, persistiendo en su búsqueda de relevancia política a pesar de las señales claras de que su estrategia no ha funcionado. Su historia se convierte así en un recordatorio de que la política no perdona la falta de autenticidad y la incapacidad para conectar con la ciudadanía.
